por STEVE SHEPPARD, el 9 de marzo de 2013
Uno de los titulares de las noticias esta semana fue la muerte del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Aunque se murió a una edad relativamente joven, parece que Chávez ha ocupado los titulares desde siempre, a veces por su declaraciones escandalosas, a veces por su personalidad imponente, a veces por su menosprecio de las políticas exteriores de los Estados Unidos, y frecuentemente por su desdén del capitalismo occidental. Demonizaba a los líderes occidentales, se hacía amigo de gobiernos parias, “delincuentes” alrededor del mundo, y consolidaba su poder sobre la política venezolana hasta que la controló casi con una mano. De hecho, había pocas agencias del gobierno venezolano que no sentían la presión del apretón de Chávez. Consiguió el apoyo y hasta el cariño de muchos venezolanos debido a su postura en favor de los pobres. Y después había todo ese petróleo debajo de las tierras venezolanas, que le dio la tarima para poder ser escuchado por todas partes, externas y domésticas.
Se ha utilizado la palabra “carismático” para describir a Chávez y su estilo bravucón. Raras veces cayó víctima de la diplomacia, cuando un bramido sencillo podía comunicar su posición, un rasgo que confundía a gobiernos hostiles pero que le ganaba la simpatía del pueblo de Venezuela; fue elegido a la presidencia cuatro veces. Durante esos años se identificaba más y más no solamente con la presidencia, sino con la nación misma, desdibujando la línea entre la nación y el nacionalista. Por lo menos el gobierno de Venezuela durante los años de Chávez fue “una banda de una sola persona”. Empuñaba su voz y su poder unilateralmente.
En Nicaragua Chávez se hizo un patrón externo, proporcionando al gobierno nicaragüense acceso a petróleo barato y en grandes cantidades. Los detalles de los pactos económicos entre Chávez y el Presidente nicaragüense Daniel Ortega se mantenían básicamente secretos, pero acuerdos pregonados por el líder nicaragüense como enormemente convenientes para la economía nicaragüense y su pueblo. Pero se realizaron, como mucho del legado de Chávez, hombre a hombre, sobre la base de uno a uno. Y dentro de esa postura de la construcción de una relación aparentemente franca, sencilla y efectiva está el problema: fue de un solo hombre. Los y las nicaragüenses pueden ahora con razón ir preguntándose, “¿Y ahora qué?”
Chávez ya se ha ido. Y por todo lo que se sabe, puede ser que sus intenciones, promesas, relaciones, conocimiento y estrategias ya se hayan ido también. Porque el hombre se convirtió en el país. Él fue todo el espectáculo. La participación amplia y la transparencia del gobierno que pudieran haber consolidado un movimiento generacional entero en Venezuela nunca tuvieron las oportunidades de enraizarse, y por lo tanto la fuerza del hombre y sus país se hizo su debilidad, también. El tiempo contará si su sucesor seguirá las políticas y direcciones promovidas por Chávez, pero una cosa está clara: aunque las estrategias sí continúen, se harán a un ritmo más lento y con un impacto disminuido debido al estilo de liderazgo de Chávez.
Es tanto la bendición y la maldición del liderazgo singular. Cuando un líder toma todas las decisiones y tiene toda la autoridad, se convierte en la identidad de cualquier institución atendida, sea gubernamental, empresarial o sin fines de lucro. Si esa identidad es positiva, la organización puede beneficiarse por la fuerza del carisma, talento, honestidad y corazón cariñoso de ese individuo. Pero si esa persona es todo lo que la institución representa, entonces será tan efímera como la nieve en la primavera. Cualquier organización necesita un liderazgo fuerte y aún carismático para sembrarse y expandir por su gente para que sus raíces sean profundas y su vida larga. Así se asegura la continuidad, y la manera en que los seguidores realmente entienden por qué están vitoreando cuando el líder conduce. Y ninguno de nosotros podemos ser tan inteligentes como todos nosotros juntos.
Al trabajar en Nicaragua me pregunto cuáles cambios vendrán con el fallecimiento de Chávez y sus acuerdos secretos. ¿Se encontrará Daniel Ortega de repente en una asociación sin una contraparte? Es una pregunta importante que cada una de nuestras contrapartes necesita hacerse cuando busquen construir organizaciones más fuertes, más duraderas. La salud y fuerza de un socio de una cooperativa puede resultar de la solidaridad organizativa, pero la solidaridad organizativa se construye sobre el involucramiento como propietario de todos sus socios…