El Secreto de la Sabiduría

La semana pasada pasé un rato con el fundador de la Fundación Vientos de Paz, Harold Nielsen. Como siempre, conversamos sobre muchas cosas: lo que está pasando en Nicaragua, el estado de la economía mundial, el avance de varias iniciativas de la fundación, las campañas presidenciales en los EEUU, y varias cosas más. A lo mejor no parece inusual que dos personas conversen sobre tales temas, pero siempre considero las pláticas con Harold como unas oportunidades únicas para aprender, ya que él tiene 96 años. La amplitud de sus experiencias y perspectivas se hace más valiosa cada día, y su entendimiento del mundo y del comportamiento humano dentro de ese mundo son lecciones llenas de perspicacia. Cuando he tenido la dicha de sentarme con Harold y entrar en tales discusiones, me encuentro especulando sobre de donde consiguió Harold tanta sabiduría. Me hizo pensar que pocas veces buscamos la sabiduría de nuestros ciudadanos más experimentados en los EEUU. Con demasiada frecuencia consideramos que nuestros ancianos son anticuados, irrelevantes, fuera del contacto con los asuntos del mundo moderno. Es una lástima, porque hay mucho que necesitamos aprender, y muchas veces ellos son justamente las personas que nos pueden enseñar.

 

Harold compartió conmigo varias perspectivas que merecen reflexión y consideración. Pero lo más valioso no fue lo que propuso, sino algo que me preguntó. (Para Harold, no es inusual que me lleva a entender algo nuevo por medio de una pregunta en vez de la afirmación de una opinión). Estuvimos platicando sobre nuestra iniciativa en el campo de la educación en Nicaragua, cuando, de repente, él cambió el tema. Me pidió describir como fue mi experiencia de ser su empleado a través de los años, cuáles fueron sus fortalezas y debilidades, qué podría hacer en el futuro para ser un mejor líder, mentor e influencia y cómo podría mejorar su capacidad de ver esas características en otras personas.

 

Me sorprendió por varias razones. Primero, no esperaba una pregunta que exigía una respuesta tan personal, tan franca. Segundo, aunque Harold y yo hemos trabajado más como colaboradores que como empleado-empleador en los últimos años, mi respuesta me demandó pensar y recordar sus papeles anteriores en mi vida, cuando él fue el dueño de la empresa, el ejecutivo, el patrón de la fundación, y yo fui su empleado. Tercero, de todas mis experiencias laborales, Harold resultó ser por mucho el “patrón” más fácil y efectivo de todos; analizar sus debilidades y áreas en las que podía mejorar nunca se me ocurrió. Generalmente nunca me faltan las palabras, pero sus preguntas me dejaron mudo por el momento, mientras traté de formular una respuesta que fuera honesta y útil. Desafortunadamente, dudo que le haya ofrecido a él algo que él considerara beneficioso.

 

Mucho más tarde, todavía estuve pensando sobre esas preguntas, y me preguntaba a mí mismo por qué seguían ocupando mi atención. Durante mi carrera gerencial me hicieron las mismas preguntas muchas veces, pero nunca antes me tomaron con el mismo nivel de sorpresa como en ese momento. La diferencia fue que la pregunta me la hizo un hombre de 96 años, quien todavía busca aprender sobre sí mismo, todavía aspira a aprender más sobre su relación con otras personas, todavía quiere saber como puede hacerse más capaz de vivir, a una edad cuando la mayor parte de la gente ya han dejado de vivir, mucho menos que se hacen preguntas agudas e introspectivas. Lo que me sorprendió fue el reconocimiento de que sus preguntas revelaron la fuente de la sabiduría que he respetado por todos estos años.  Esa fuente fue la sed eterna de aprender que Harold tiene, una curiosidad sin fin sobre sí mismo, sobre las otras personas y el mundo que nos rodea.

 

Mucho más que simplemente un atributo de los avanzados de edad, la sabiduría verdadera se cultiva en el afán continuo de preguntar y entender, no solamente para su propia mejoría, sino para su aplicación a las circunstancias del mundo entero. La sabiduría rechaza la idea de jubilación de cualquier tipo, no da cabida a retirarse, prohibiéndonos de parar el flujo de la curiosidad natural que empujó las versiones más jóvenes de nosotros. Las respuestas a los retos contemporáneos que enfrenta la juventud de hoy a lo mejor se pueden descubrir en las curiosidades de sus ancianos; resultado de una vida entera de búsqueda. Y nosotros en medio de los dos grupos estamos mejor posicionados que el resto para beneficiarnos de ellos, si nos permitimos darnos cuenta de eso. A lo mejor todo esto es bien conocido por sicólogos y gerontólogos, pero es una observación nueva para mí.

 

¿Cómo puede un hombre de 96 años esperar cambiar la manera en que es percibido por otras personas, la manera en que se relaciona con otras personas, el nivel de su impacto positivo sobre ellos? No estoy claro sobre la respuesta, pero me encanta la pregunta. Y posiblemente sin darme cuenta comprobé un secreto hacia la sabiduría verdadera…

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