por STEVE SHEPPARD, el 14 de noviembre de 2012
En cierto sentido, es completamente apropiado que la Fundación Vientos de Paz asuma el campo de la educación como una de sus prioridades, ya que aprendimos mucho de nuestros intercambios con las poblaciones rurales en Nicaragua. Cada visita me ha abierto a perspectivas que a lo mejor nunca hubiera conocido si no fuera por las visitas con un amplio rango de “profesores” nicaragüenses. En algunos casos, creo que estos educadores se dan cuenta que están enseñando al “gringo” algo nuevo; en otros casos, el momento de enseñanza puede pasar sin reconocimiento del impacto o significado. En ambos casos, he sido el beneficiario de lecciones que tienen el valor de un título pos-grado dadas por unos profesores increíbles. Una de dichas lecciones salió hace un par de semanas en el último día de un taller de dos días con los socios y las socias de unas cooperativas de café.
El proceso de los talleres – facilitados por los investigadores René Mendoza y Edgar Fernández – ha sido relatado en este blog anteriormente. Los talleres buscan crear entendimientos nuevos y alianzas entre los y las participantes en la cadena de la producción y comercialización de café dentro de un territorio específico. Se comparte información técnica valiosa, pero se da a los y las participantes una amplia oportunidad de ser elocuente sobre los otros factores que juegan un papel en el éxito o fracaso de los y las productoras rurales. Ellas/os abordan temas como su fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas estratégicas. Hablan sobre los obstáculos políticos y culturales que bloquean su avance. En esta ocasión también explicitaron docenas de mitos – suposiciones consideradas verdades por muchas personas, pero de hecho son falsas – cuya aceptación frecuentemente obstaculiza cambios positivos.
La lista elaborada por los y las participantes fue larga e impresionante por su envergadura; anotaciones llenando grandes hojas de papelógrafo cubriendo dos paredes de la sala, casi rodeándonos a todos con ficciones tan diversas como los y las participantes mismos. Es realmente asombroso lo que nos permitimos creer. Entre las 115 frases, se destacó una para mi: “Dios hizo a los ricos y a los pobres, y él me hizo pobre.”
Paré mi lectura de la lista de los mitos por unos momentos cuando llegué a éste. De todas las no-verdades y tergiversaciones sobre la pared, ésta me chocó como la más notoria desde varias perspectivas: invocó la presencia de Dios como una entidad que deliberadamente destinó a estas personas a ser pobres; que según el juicio de Dios, nunca dejarán de ser pobres; que su pobreza es irreversible; que por algunas razones caprichosas, la pobreza de los campesinos sencillamente “así tiene que ser”, mientras que se dispuso que los ricos vivieran cómodamente. Las consecuencias de solamente este mito contenía suficiente derrota y dolor para mantener a las familias rurales humildes en su lugar para siempre. El mismo significaba una finalidad que eliminaba todo sentido de esperanza en el futuro, la única cuerda de salvamento a la cual todas las personas tienen que aferrarse si tienen la posibilidad de vislumbrar un futuro. La buena noticia es que los y las participantes lo habían reconocido como la mentira que es. La noticia triste es que a lo mejor hay muchas más personas en el campo a las cuales esta idea parece un verdad.
Tomé mi lugar alrededor la mesa del taller, y por dos días escuché a los y las presentadores y participantes imaginarse los futuros. El diálogo creó un ambiente de esperanza dentro del cual los y las participantes podían reflexionar, por lo menos por un rato, sobre una mejor manera de existencia, y ofrecer las razones por su optimismo. Sus ideas, planes y risa se combinaron para formar un antídoto al mito aleccionador que había leído antes. Pero, como si fuera para no dejar ninguna duda en la mente de todos sobre tal determinación, Don Edmundo, el presidente de una de las cooperativas participantes, tomó la palabra y ofreció una revocación aún más fuerte del mito de mi atención. “No somos pobres,” propuso, “tenemos una abundancia de muchas cosas. Somos ricos.”
Ahora, he escuchado muchas cosas valientes en Nicaragua. He observado muchas personas valientes, quienes han resistido quebrarse bajo el yugo de la pobreza extrema que han aguantado. Hay un sinnúmero de historias de coraje personal de campesinos rurales, sencillamente tratando de sobrevivir casi un aluvión sin fin de injusticias, desastres naturales y desgracias hechas por el hombre. Pero fue la primera vez que había escuchado alguien del campo empobrecido pregonar la riqueza como parte de su patrimonio. Don Edmundo seguía enumerando las fuentes de la riqueza que respaldaron su afirmación: la familia, la comunidad, la tierra, la comunión con la naturaleza, y la creencia en el mismo Dios implicado en la injusticia caprichosa del mito. Detalló estos regalos como si calculara el tesoro de un cámara de seguridad, pesando cada talento en sus palabras como si fueran onzas de oro, pero aún más precioso.
No estoy seguro como sus compañeros y compañeras se sentían sobre su pronunciamiento. Habían personas asintiendo con la cabeza, pero quien sabe si las afirmaciones fueron un reconocimiento de la realidad, o una muestra de cortesía hacia él. Es posible que algunas personas reconocieron la misma verdad que yo escuché. Esa verdad no tenía mucho que ver con las riquezas como nosotros en el occidente hemos aprendido a entenderlas. No abordó la capacidad romantizada de los pobres de pensar que lo poco que tienen es más de lo que realmente es. La verdad hablada en esa aula reveló que dentro de la profundidad de cada uno de nosotros, hay un anhelo y el instinto de haber creado algo de valor, de haber luchado por una medida de dignidad con nuestras vidas, y de haber logrado algo de eso. Esto no disminuye el dolor, la ansiedad ni la soledad de los pobres, pero puede dejar la verdad menos oculta para ellos que para aquellos cuyas vidas estén llenas con las distracciones de las riquezas al estilo occidental.
En un giro irónico, los empobrecidos y marginados pueden vivir más de cerca al entendimiento de esa verdad que el resto de la gente, y allí se coloca una porción de la riqueza del campesinado…