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Comunidad

Tuve la excepcionalmente buena suerte de viajar por Nicaragua hace unas semanas, visitando las contrapartes, sitios nuevos y aprendiendo una vez más de ellos lo que implica ser resistente y de buen ánimo. Estas lecciones son características de mis visitas por los años, y como resultado, cada vez me encuentro a mi mismo infundido con nuevas energías y mayor determinación. Pareciera que cada conversación, cada dilema, cada visita tiene la capacidad tanto de arrastrarme hacia abajo, como de levantarme, dependiendo de las circunstancias que se encuentren. La semana pasada, una de esas circunstancias sobresalió de una manera inmediata e imperiosa,  por lo tanto voy a compartirlo con ustedes aquí.

Una de las entidades que hemos financiado por años es NITLAPAN. Una organización adscrita a la Universidad Centroamericana (UCA), han llevado a cabo más investigaciones y estudios sobre el desarrollo en Nicaragua que nadie. Especializan en la investigación y creación de nuevos modelos y metodologías de desarrollo local. Promueven iniciativas concretas de desarrollo por medio de servicios financieros y no-financieros a las pequeñas empresas rurales y urbanas, sobre todo de mujeres y jóvenes.  Su álter ego, el Fondo de Desarrollo Local (FDL), ha establecido sucursales en gran parte del país para responder a tales necesidades, y en el proceso, se ha convertido en una fuente confiable de apoyo para los nicaragüenses rurales. Es una organización efectiva, que tiene un impacto en diferentes partes del país, y por lo tanto una organización que nos da satisfacción apoyar.

Hace poco, NITLAPAN asumió un proyecto de asistencia técnica para una comunidad remota, Santa María de Wasaka. Su proyecto implica acompañamiento y enseñanza, proporcionando a las personas de la comunidad insumos y capacitaciones para que los y las participantes puedan mejorar su propia alimentación y la de su familia. Ya que la fundación había tomado la decisión de financiar el costo del proyecto, parecía un destino lógico durante la visita de una semana.

 

Ahora cuando digo que esta visita se dio durante la última parte de la temporada de lluvia, pueden imaginar una lluvia calorosa y suave sobre las copas de un bosque tropical húmedo. Pero frecuentemente la temporada de lluvia trae un diluvio repentino a la tierra. Y si el aguacero se da al final de la temporada – cuando la tierra ya está saturada con las lluvias anteriores – el resultado puede ser catastrófico en su alcance. Tales fueron las condiciones al conducir la camioneta sobre el camino a Wasaka. Un puente sobre el río – dudoso para uso vehicular en sus mejores días – esencialmente fue arrasado. El río mismo corría rápido, aun hinchado de un aguacero de hace unos días, descartando cualquier intento de pasar por él. Caminar el resto de la distancia resultó ser nuestra única opción; nos pusimos nuestras mochilas y empezamos a caminar el resto de más o menos dos kilómetros y medio.
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Una caminata en el sector rural frecuentemente es algo valioso para mi, un cambio bonito de las horas sentadas que hacemos. Me da una oportunidad de experimentar el campo de cerca, tardarse con vistas bellas, y demasiado frecuente absorber completamente las condiciones primitivas en las cuales los habitantes rurales se encuentran. Hace que las circunstancias del campo cobren vida, para bien o para mal, y crea una perspectiva que es difícil encontrar por otros medios. El camino a Wasaka exigió cuarenta y cinco mi

nutos de caminar, observar y reflexionar. La vía serpenteó arriba y abajo de los cerros, todavía húmeda
y con charcos de las últimas lluvias, cercada de ambos lados con el crecimiento profundo del bosque que dio privacidad a la mayor parte de los residentes allá, una ruta bella y misteriosa y vagamente desconcertante por lo que quede escondido en la profundidad más allá de su borde.

Al llegar nosotros, muchas de las participantes se habían reunido para una sesión de capacitación. Se juntaron alrededor una olla grande, hirviendo del calor de un fuego abierto. Varias mujeres removían el contenido de la olla. Me hizo recordar de un guiso comunitario, y en cierto sentido, fue exactamente eso. Los técnicos de NITLAPAN enseñaba los secretos de un insecticida orgánico, que se podría producir por la fracción del costo de los tratamientos químicos, y que sería mucho mas seguro, tanto para las personas trabajando la huertas como para el medio ambiente. Aunque las y los participantes fueron atentos, hicieron una pausa para saludarnos y darnos la bienvenida. Uno a uno, nos ofrecieron sus saludos y explicaciones de las lecciones aprendidas ese día. Pero compartieron más que eso, también.  Reflexionaron sobre los eventos difíciles de los tres días anteriores.

Habíamos entrado a un lugar de emociones terriblemente encontradas.  Temores persistían de las secuelas de una inundación repentina de hace varios días. Tristeza cubría la comunidad por la pérdida de un pequeño niño, ahogado en el agua rápida que había envuelto mucho de la zona. Frustración surgía de la pérdida económica, ya que la inundación repentina destruyó muchos de los nuevos huertos que fueron el objeto de su capacitación y sus esfuerzos. Una intensidad nació de la necesidad de aprender más rápido, de mejorar el saber-hacer y producción; era visible en la cara de cada persona con que nos encontramos. Al igual que la esperanza y la determinación. “Me sentí muy triste esta mañana,” una mujer se confesó, “pero luego conocí a este hombre (el técnico de NITLAPAN) y me ayudó a sentir esperanza de nuevo, me dijo que podríamos empezar de nuevo.” “Damos gracias a Dios por la oportunidad de aprender y mejorar nuestros huertos, “ dijo otra persona. “Mi huerto fue arrastrado completamente, pero con la ayuda de estos hombres (los técnicos de NITLAPAN) voy a empezar de nuevo.” “Esperamos que no sea su última visita aquí con nosotros. Cuando regresen, van a ver algo bonito,” prometió otra persona.

Por supuesto, ya habíamos visto algo bonito allá en los cerros de Santa María de Wasaka. Algunas personas lo llamarían valor. Otras preferirían la idea de resistencia, otras lo caracterizarían como determinación. No importa el nombre que se da a esa química comunitaria, merece nuestra atención. Las personas de Wasaka no son únicas. No son algunos idealizados “pobres nobles”, buscando simpatía y admiración por su situación grave. Sencillamente están haciendo lo mejor que pueden. Personas comunes. Personas que hacen lo mejor para enfrentar sus circunstancias, las cuales podrían convertir a los más fuertes de nosotros débiles. Y aun así perseveran, se levantan después de ser tumbados, buscan el amanecer después de una tormenta. Las personas que hablaban con nosotros se sostenían uno al otro, emocionalmente y de su actitud. Y en el proceso, nos dieron el ejemplo de lo mejor que la psique humana puede ser: humilde, cariñosa, responsable por el mundo, renuente a rendirse, fuerte de cara a grandes obstáculos. Me acuerdo de que me pregunté si alguien podría describirme a mí así.

Derramé una lágrima durante la caminata de llovizna de regreso a la camioneta. Me protegía la oscuridad, escondido de las otras personas, al contemplarme a mí, arrastrado hacia abajo y luego levantado, todo en el transcurso de una breve tarde…